
Cada vez es más común ver a niños de primaria con teléfonos inteligentes en la mano. Sin embargo, un estudio internacional de gran escala acaba de encender las alarmas: el uso temprano del móvil puede estar causando daños profundos en la mente de los jóvenes, cuyos efectos se extienden hasta la adultez.
De acuerdo con una investigación reciente publicada por Sapien Labs y liderada por la neurocientífica Tara Thiagarajan, la entrega de móviles a menores de 13 años se asocia a una mayor probabilidad de sufrir pensamientos suicidas, baja autoestima, problemas de sueño y trastornos emocionales en la adultez temprana. ¿Estamos realmente conscientes del impacto psicológico que estos dispositivos están generando en las nuevas generaciones?
El estudio: más de 100,000 jóvenes analizados
La investigación se basó en datos recabados a través del Mind Health Quotient (MHQ), una herramienta digital que mide el bienestar mental en múltiples dimensiones (emocional, cognitiva y social). El estudio encuestó a más de 100,000 personas de entre 18 y 24 años en 41 países, centrándose en la edad en que recibieron su primer teléfono móvil.
Los resultados muestran un patrón contundente: quienes recibieron su primer móvil a los 12 años o menos presentan niveles significativamente más bajos de salud mental en la adultez temprana. No se trata únicamente de sentirse tristes o ansiosos, sino de una degradación sistemática de la salud emocional que puede interferir con las relaciones, el trabajo, la autoestima y la calidad de vida.
Efectos diferenciados por género
Uno de los hallazgos más reveladores del informe es la diferencia en los efectos según el género. En las mujeres, el acceso temprano al móvil está fuertemente vinculado a una disminución de la autoestima, mayor inseguridad emocional y dificultad para desarrollar resiliencia. En los hombres, los efectos se manifiestan como baja empatía, menor tranquilidad interior y dificultades en la conexión social.
Estas diferencias podrían estar relacionadas con los distintos patrones de uso que cada género tiende a tener en plataformas sociales. Las niñas y adolescentes suelen participar más en redes basadas en imagen y validación social como Instagram o TikTok, mientras que los varones podrían gravitar hacia juegos en línea y foros, lo que genera formas distintas de deterioro mental y social.
El papel central de las redes sociales
El estudio apunta directamente a las redes sociales como uno de los factores más perjudiciales. Se estima que cerca del 40 % del daño observado está directamente vinculado al uso de estas plataformas. ¿Por qué? Los algoritmos están diseñados para maximizar el tiempo de permanencia del usuario, exponiéndolo a contenido que despierta emociones intensas, fomenta la comparación constante y crea presión social.
Esta dinámica es particularmente peligrosa en mentes aún en desarrollo. La exposición prolongada a contenidos tóxicos puede afectar la autoimagen, la capacidad de concentración, la calidad del sueño y la regulación emocional, alterando circuitos neuronales fundamentales que aún no han madurado completamente.
Otros factores: ciberacoso, insomnio y conflictos familiares
Además del impacto directo de las redes sociales, el informe identifica otros factores asociados al uso precoz del móvil:
- 13 % de los efectos se relacionan con el deterioro de las relaciones familiares, ya que los dispositivos reemplazan la interacción directa con padres y hermanos.
- 12 % con trastornos del sueño, derivados del uso nocturno del móvil y la exposición a luz azul.
- 10 % con casos de ciberacoso, un fenómeno que ha crecido dramáticamente entre niños y adolescentes.
Todos estos efectos actúan de manera acumulativa, generando un entorno que deteriora progresivamente la salud mental desde edades muy tempranas.
¿Es hora de regular los móviles como el alcohol o el tabaco?
Frente a estos hallazgos, Tara Thiagarajan propone repensar el rol de los móviles en la infancia. En sus palabras, “no se trata solo de establecer normas, sino de reconocer que estamos introduciendo a nuestros hijos en un entorno digital con riesgos psicológicos estructurales”.
La investigadora sugiere adoptar enfoques preventivos similares a los que existen para el tabaco, el alcohol o los juegos de azar, que también afectan el desarrollo neurológico de los menores. Aunque actualmente las plataformas sociales establecen 13 años como edad mínima, esta restricción es fácilmente evadida con la ayuda o el desconocimiento de los padres.
En paralelo, muchos gobiernos ya están empezando a debatir regulaciones más estrictas para el uso de pantallas en la infancia. En países como Francia o China, por ejemplo, ya existen leyes que limitan el tiempo frente a dispositivos electrónicos para menores.
¿Qué podemos hacer como sociedad?
Aunque aún no se establece una causalidad directa, el peso de la evidencia acumulada apunta a una realidad innegable: estamos normalizando el uso de una herramienta que podría estar dejando secuelas silenciosas en una generación entera.
La responsabilidad recae no solo en los gobiernos, sino también en los padres, educadores y diseñadores tecnológicos. Crear espacios seguros, fomentar el uso consciente de la tecnología y retrasar el acceso a los móviles podría ser crucial para preservar la salud mental de niños y adolescentes.
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